Miguel Ángel Vicente de Vera, periodista español radicado en Ecuador desde hace 8 años, tiene tantas anécdotas desopilantes que resulta imposible no pensar en Aristófanes. Y esa evocación del personaje griego quizá derive de las carcajadas que provocan las historias que narra, y de su vínculo con el teatro porque en las tablas y en la calle ha dejado parte de su impronta como actor.
De relato minucioso y sonrisa fácil, a este cronista lunático la aventura lo ha empujado a escenografías inimaginables, como verse en medio del océano 23 largos días, con una carta náutica averiada, en un viaje en velero desde Galápagos hasta la Polinesia, o verse magreado por un concupiscente vecino de butaca que ha soltado la mano para procurarse placer mientras observa pornografía en un sórdido cine de Quito.
Miguel Ángel no escarmienta. A pesar de los episodios de estrés y de pánico que ha experimentado, su próxima expedición lo llevará de Ecuador a Brasil en barco, navegando exclusivamente por ríos, pero hasta que eso ocurra se regodea con los recuerdos que ha traído desde sitios lejanos: un tenedor caníbal de Fiji (iculanibokola), donde el canibalismo era un ritual religioso en el que el cuerpo de la víctima era devorado para transferir su energía al comensal victorioso; la vértebra de una foca de la Antártida; una pinza para el pelo de la Polinesia Francesa, elaborada con hueso de vaca; una pipa de opio de Myanmar (antigua Birmania); un caracol de mar de la provincia de Esmeraldas; una máscara de Mali de la cultura Dogón (tribu no contactada) y la lista puede ser tan extensa como las carreteras que ha recorrido mediante auto stop entre Barcelona y Londres.
Lector irredento, regla sine qua non de todo cronista, está entretenido por estos días con «Tristes trópicos», de Claude Lévi-Strauss; «Mediterráneo», de Rafael Chirbes; y «Homo Sapiens», de Yuval Noah Harari.
Son tiempos de distraerse con antropología, dice, pero el gusto que siente por la novela, la poesía y el ensayo está ahí, reposado, por eso nombra con éxtasis a los exponentes cuyas letras lo han envuelto: Luis Cernuda, Enrique Vila-Matas, Luis García Montero…
Periodista de profesión ha tenido la fortuna de escribir para la sección cultural de varios diarios, pero también ha sido crítico de teatro y locutor en una radio de la cadena Ser.
Se declara fan de la Amazonía («cuanto más adentro, mejor»), por eso sus días más felices en Ecuador han sido aquellos en los que ha estado en Yasuní o Cuyabeno, donde ha podido hacer lo que más le gusta: ver animales en libertad y navegar por alguna arteria del Amazonas, aunque nada de eso sería posible si no tuviera «estómago de pordiosero», esa tripa parecida a los meandros por los que ha navegado con hambre voraz. Hambre de aventura, apetencia de crónica.
El año pasado su libro «Crónicas Salvajes» fue publicado , pero aún hoy espera, febrero de 2021, que la pandemia sea indulgente para poder presentarlo, aunque es rotundo al decir que se debe perder el miedo a la vida porque la gente ahora en Quito y en España (de donde acaba de llegar) tiene miedo de salir, de dar, de trascender…
¿Qué hace viviendo en Ecuador un hombre de mundo como usted?
Yo vine por trabajo en el 2012. Trabajo como comunicador social, pero como periodista España estaba atravesando una crisis yo creo que económica y espiritual, y un alma viajera en ese contexto dice “me voy”.
Estaba un poco contrariado por la situación política, económica del país, y me vine para acá, pues yo creo que en la vida pasan trenes y era un tren que pasó. Hice un máster de periodismo en el diario El País y conocí ahí a un chico que vivía en el Ecuador y fue él quien me dijo “oye, te quieres venir a trabajar aquí”. Era en el periódico La Hora.
Y un poco vine por eso, tenía pareja, tenía trabajo, y la verdad que lo pensé dos segundos y me dije “me voy”. Fue una llamada también de la vida, de la aventura, de lo desconocido. Lo dejé todo, me vine sin saber nada de Ecuador y ha sido una de las mejores decisiones de mi vida.
Paco Nadal es uno de los cronistas más reconocidos, un referente en la crónica de viajes. Antes tenía más protagonismo en su blog en diario El País. ¿Qué pasó? ¿La crónica ha perdido espacio?
Como anécdota te contaré que yo conocí a Paco Nadal en el Teatro Nacional Sucre de Quito, estuvimos charlando un rato y para mí también es un gran referente. Yo también tengo la suerte de colaborar con El País de viajes, yo escribo ahí también. El último artículo fue sobre Quito justamente, ahora está todo un poco parado, pero sé cómo funciona un poco la sección de viajes.
Paco Nadal sigue escribiendo, tiene un blog, es un icono de la lengua española del periodismo de viajes. Él sigue con su blog personal que se llama “Mis sitios que ver” y tiene otro blog en El País. Sigue escribiendo, creo que no con la asiduidad de antaño, pero sigue escribiendo.
¿Pero dónde están Juan Cruz, John Carlin, Maruja Torres?
Creo que hay un problema estructural de los medios de comunicación, creo que corren unos tiempos vertiginosos que no son los mejores para la crónica; la dictadura del clic, la dictadura de tener unas cifras muy poderosas de visionados, no comulga con los textos de largo aliento. La gente cada vez lee menos, creo que mucha gente es reacia a leer textos de largo aliento.
Creo que se sigue haciendo, Carlin escribió en El País por muchos años. Ya no, no sé por qué. Maruja Torres creo que ya está un poco mayor, ya no escribe tanto, pero Paco Nadal sí que sigue.
También hay algo importante, algunos de los mejores textos hay que pagar, creo que se están haciendo menos crónicas por un poco de coyuntura, pero creo que hay espacios donde hay un poquito más de terreno para la crónica, aunque pienso que es un problema endémico de nuestra época que cada vez te ponen más problemas para textos largos, vende más algo más pequeño, con muchos hipervínculos, con muchas negritas y con un titular más llamativo.
Su libro recoge historias underground de Quito, ¿las historias del submundo de la capital cuán sórdidas son? ¿Pueden ser más sórdidas que las de España?
Yo creo que Madrid es mucho más sórdido que Quito, al menos en mi experiencia, también es más grande, hay más libertad, es más cosmopolita, aquí a las tres de la mañana no hay nada. Creo que lamentablemente por ciertas políticas gubernamentales se ha coartado mucho ese tiempo mítico, edad de oro de los toros, pero no solo de los toros, hace unos 10 o 15 años decían que Quito era una fiesta, ahora ya no es una fiesta, y no hablo del contexto pandémico.
Pero más allá que hablar de Quito, la mirada del extranjero te permite descifrar realidades que igual para el local no las ve, por ejemplo y para mí el caso paradigmático es el Centro Histórico. Hay mucha gente que reniega el Centro Histórico, mucha gente que según estratos sociales no quiere ir al Centro Histórico, dicen que es sucio, que es inseguro, que es peligroso, maloliente.
El Centro Histórico tiene una historia maravillosa y unos personajes que habitan y pululan por ahí; hay unas historias de vida, hay unos oficios que se están perdiendo, hay unas casas centenarias, hay unos barrios de talleres de oficios, hay un underground de prostitución, de drogas, supervivientes que me parece riquísimo e interesantísimo. Y qué pasa, que yo llego de fuera, llego con la mirada purificada y creo que fijo la mirada en estos temas. Y lo que te diría es que en Quito hay poco, pero hay de todo.
Yo, por ejemplo, hice una investigación de varios meses de los gigolós de alto vuelo, que iban con personas de embajadas, con mujeres muy poderosas, de gente con mucho dinero que va a hoteles conocidos de Quito.
Durante un tiempo también los lunes iba a una sauna donde se reunía una asociación de nudistas, era en el antiguo aeropuerto, todo muy decrépito, muy decadente, había que bajar a un sótano y recuerdo que había una montaña de eucalipto y todo el mundo correteando desnudo, un lunes, que es el día que no pasa nada. Y yo ahí, hombres, mujeres, heterosexuales, gais, de todo, un enjambre de personajes pululando por ahí abajo, lluchitos, desnudos.
Iba de 04:00 a 07:00 pm y era increíble esa sauna, parecía película de los años 70 del Bronx neoyorquino. O sea que si arañas un poco bajo las capas encuentras unos mundos bizarros en Quito, como cuando iba a un cine porno, donde no podían entrar mujeres y las que entraban eran del mundo de la prostitución. Hombres masturbándose, manoseo…
Si rasgas en el barniz epidérmico de Quito encuentras muchos mundos y cada vez, con la uniformidad de nuestra sociedad, de los centros comerciales, de las redes sociales, hay menos espacios, todo es mucho más uniforme. Veo una tendencia muy peligrosa hacia la uniformidad. Yo lo que busco es la heterodoxia, lo diferente y me he centrado en eso.
¿Llegó a autocensurarse en el libro, hubo necesidad?
No. O sea, no hay autocensura, hay temas que para mí son potentes pero que igual no les veía fuerza de crónica, más temas míos, más personales.
Creo que la única censura es que tenga un interés para el lector. Lo que no puede ser es un anecdotario mío personal. Si veo una historia que es potente, que es una realidad, que cuenta una historia a contracorriente, heterodoxa, que pueda tener un interés sociológico lo cuento, si no, no. Pero autocensura para nada.
Lo digo porque pudo haberse encontrado en la sauna por ejemplo con Álvaro Noboa…
(Risas). Podría haber sido. Yo lo entrevisté, hice una crónica de Álvaro Noboa en el 2012 cuando se presentó de candidato y estuve todo un día con él, pero no era tan interesante la crónica. No me encontré a ningún famoso en la sauna, lamentablemente no. Si hubiera sido un famoso le habría preguntado si le podría sacar y si me hubiera dicho que no, por respeto a la fuente no lo hubiera sacado.
¿Cuántas crónicas tiene el libro Crónicas Salvajes?
Tiene 16, de ellas 7 u 8 que son de Quito. Le hice una entrevista al exorcista de Quito; a un superviviente del holocausto nazi que vivía en La Carolina, un señor rumano que se vino acá, ya ha de haber fallecido; hay del convento, de los gigolós; de los nudistas; hay una que fui de Galápagos a la Polinesia en un velero, haciendo barco stop, hay otra de la Antártida.
33 días para cubrirlo todo como periodista, en la base científica Pedro Vicente Maldonado; hay otra del penal García Moreno, que cuando lo cerraron fui a hacer una cobertura y estaba todo como un barco fantasma abandonado. Pero luego hay también una de un servicio de extremaunción a domicilio, que partía de la Basílica Nacional y era muy friki, llamabas por la noche porque un familiar iba a fallecer e iba un tipo con un maletín con todos los óleos, en un carro a las dos de la madrugada, a dar la extremaunción a un señor, un servicio gratuito.
Así como «inteligencia militar» el «nudismo quiteño» me parece un oxímoron. ¿Cómo descubrió a Los Pitufos y cuán cerrados son?
Los pitufos son muy cerrados. Yo, la verdad que siempre he practicado el nudismo, he hecho mucho nudismo, vengo de Mallorca que es una isla; en España el nudismo es más normal y vas con un amigo o algún familiar, el topless es del día a día. Para empezar no es un trauma, no es tabú y creo que alguna vez miré y dije ‘me gustaría ir a una playa nudista en Ecuador’ y buscando salió esta asociación en Facebook y dije ‘aquí hay una buena historia’. Y claro, más interesante porque el quiteño es más reservado, conservador, pudoroso.
¿Supongo que no habrá mucho que ver en la Antártida, salvo nieve?
Hay muchísimo que ver, sobre todo unos animales que parecen extraordinarios, un santuario de ballenas, ves diferentes tipos de focas, leones marinos, elefantes marinos. Y sobre todo cuando vas como turista es toda una distancia; nosotros íbamos con protocolo, con mucho cuidado, con un grupo militar; teníamos una libertad total, yo estaba a escasos metros de un elefante marino y eso era muy impactante.
Y luego hay unos paisajes totalmente lunares que son muy impactantes, es lo más parecido a estar en la Luna. Hay unas llanuras, hay montañas y sobre todo creo que la crónica está en las estrategias del ser humano para habitar un lugar tan inhóspito y tan desolado, eso es gran parte de la crónica.
Me llamó mucho la atención cómo tienen ahí sus bases científicas que son como galpones conectados de color naranja, aislados térmicamente, conectados entre ellos. Y ese gran reto es un milagro de ingeniería, conseguir la electricidad, conseguir una llamada telefónica y cómo la vida florece en esos ecosistemas tan adversos.
Lo chévere de la Antártida eran todos los proyectos científicos sin fines militares, se estudiaba por ejemplo una bacteria que se come el petróleo, los hidrocarburos, como una estrategia para los derrames de petróleo; otros estudiaban las corrientes marinas porque las corrientes marinas de la Antártida afectan hasta las Galápagos.
Pero con el frío me imagino que los sentidos se pierden y los sentidos son materia prima para escribir (olfato, vista, tacto) una buena crónica…
En la Antártida vas con unos equipos súper buenos, llevábamos tres capas siempre, térmicas, aislantes, un equipo que te daba la propia misión. Por otro lado, dentro de los galpones no hace nada de frío, hay calefacción, pero lo más importante, vas en verano. También hay un verano en la Antártida que va desde noviembre a diciembre o hasta marzo.
El invierno antártico es terrible porque la temperatura puede llegar hasta por los menos 80 grados, la temperatura más baja que se ha registrado en la historia.
La base ecuatoriana (Pedro Vicente Maldonado) está en las islas Shetland del Sur donde hace un poquito más de calor. Pero era verano y había días que había 0 grados, -5, -6 y con los equipos y de día se aguantaba bien.
¿Qué país le ha dejado los colmillos largos?
Japón es un país que me gustó mucho, estuve solo 15 días. Es un país que es muy difícil descifrarlo por el idioma, mucha gente no habla inglés, solo japonés, pero hay una combinación de un mundo ancestral que sigue presente, de gente que va con unos zapatos de madera, con unos suecos, con un quimono y practican el Budismo Zen en unos templos en las montañas, combinado con unas ciudades futuristas, rabiosamente modernas.
Es una gente súper sofisticada, súper exquisita, hacen arte de cualquier cosa, una sociedad con un gran pasado, con una gran historia, desde la filosofía, el arte, la construcción, artes marciales. Me ha parecido una sociedad súper, súper rica, que puedes hacer un montón de historias.
Luego estuve en México, que me parece también la gran madre de las crónicas. Creo que México D.F. es un nido de historias, de personajes. Estuve hace poco cuatro días, pero me pareció un lugar único, es un idilio, un paraíso para el cronista.
Crónica hasta las últimas consecuencias es la consigna. ¿Ha sentido alguna vez pánico por el anhelo de conseguir información para hacer una crónica?
Cuando publiqué lo de los gigolós a una de las fuentes no le gustó lo que vio y me demandó. Cuando hace la demanda yo estaba llegando a la Polinesia francesa en barco. Y me llaman y me dicen: ‘oye, un tipo ha puesto una denuncia’; tuve la suerte de que era con Soho Ecuador, del grupo Dinediciones, y hubo como una primera reunión; lo bueno es que yo tenía todo grabado, se presentaron los audios de todas las entrevistas, yo en ningún momento falté a la verdad, era todo correcto lo que yo decía y ya luego no prosiguió. Pero cuando te dicen que te quieren meter una denuncia pues sí te asustas mucho; me generó mucha inquietud verme en un lío de juicio.
Pero luego en algunas crónicas que me he metido, la travesía por el Pacífico, 23 días sin ver tierra sí da respeto. Estábamos en medio del océano, con una carta náutica que anunciaba 40 días de travesía y con comida para 10, uno llega a angustiarse y arrepentirse, más aún con una imprudencia de novato porque hice el contrato con una persona que ofrecía sus servicios por Internet.
Tuve ataques de ansiedad, la verdad que lo pasé mal, me angustié mucho, me arrepentí mucho de hacerlo. Pero luego llegamos y todo se olvida y ahora estoy muy contento de haberlo hecho.
¿Se podría decir que la crónica lo ha fortalecido?
Yo digo que soy un insensato. Ahora por ejemplo quiero atravesar América de oeste a este, es decir salir desde Ecuador, desde el Pacífico, irme hasta el Atlántico, hacer un viaje fluvial desde Ecuador hasta el Brasil. Es una expedición de semanas por sitios que no va nadie, por zonas no contactadas, por zonas peligrosas.
Es mi tabla de salvación hacer expediciones porque el viajar también se ha adulterado mucho, todo el mundo va al mismo sitio, las mismas fotos, las mismas crónicas, tengo que exigirme algo, yo mismo tengo que exigirme a hacer algo excelso, bueno, y una manera de hacerlo es buscar historias fuera de lo común.
Decía Caparrós que la crónica ha de ser marginal o no será. ¿Está de acuerdo?
Claro, porque como decía Joaquín Sabina con la felicidad no se cuenta, se vive y punto. O sea, entiendo lo de marginal como una ruptura con la realidad, como una confrontación con la realidad, poner la vista donde los otros no la ponen, contar lo que la gente no cuenta o no quieren que cuente. En el tema de viajes, buscar lo insólito, buscar la aventura, buscar la emoción, buscar algo puro.
Mis crónicas, como te decía antes, son ese aspecto de bajos fondos, de historias, me gustan igual las pequeñas historias de gente totalmente anónima, pero que tiene una historia de vida maravillosa, única.
Y en lo marginal, para mí siempre han sido una fuente de inspiración, lo marginal, lo diferente, la minoría que transmite una realidad más allá de los cauces de la MTV, de los Emy, de las grandes marcas de ropa y de las grandes maneras de pensar. Creo que en esos aspectos marginales la vida florece, la realidad florece, la autenticidad florece. En lo marginal muchas veces está lo auténtico.
Su colega Alexis Serrano dice que si los periodistas no quieren ser reemplazados deben dejar de escribir como robots. ¿Es eso posible con cada vez menos personal en una sala de redacción?
Claro, es de lo que hablábamos, de la precarización del gremio, el oficio de periodista se ha precarizado, nos piden hacer más con menos y ahí se robotiza. Claro que nadie se cree que es un robot, pero vemos muchas notas de prensa que usan técnicas como el phishing, buscar clics, y son todas muy parecidas.
Yo he trabajado como freelance, el ‘freelancetismo’ te hace salir un poco de esa robótica, creo que también es muy importante trabajar para medios serios, hay medios que te dan más libertad, que dejan espacio para la crónica, para escribir, para confrontar, para escribir como tú piensas. Creo también que hay que tener un alma libre; debes tener una firma, ellos ya conocen cómo escribes, qué haces y ya cuando te contratan y quieren una pieza tuya ya saben a lo que se van a atener.
Pero creo que el conocimiento es una gran escuela, hay que leer mucho, pero a los grandes, leer a Kapuściński, a Caparrós, a Leila Guerriero. Contra el robotismo, la lectura.
Otro punto, el no tener concesiones, creer en uno mismo, confiar en uno mismo. Y el tercero, buscar espacios que sean proclives a la libertad, tener claro para quién escribes.
¿La crónica es un género para hombres?
Para nada. No es que sea un género para hombres o para mujeres, porque la crónica la escribe quién quiera, pero absolutamente las plumas son un 70% más de hombres que mujeres, pero creo que es una expresión del mundo machista en que vivimos, como la gastronomía donde se ve chefs hombres o cuando hablamos de la empresa privada son todos hombres, creo que hay que ganar más espacios para la mujer.
Ahora está Mónica Ojeda que está haciendo mucho ruido; Sabrina Duque también. Yo creo que el mundo debe estar regido por mujeres, dirigido por mujeres, y pienso que la crónica para la mujer tiene que tener el mismo espacio, la misma mirada felina que el hombre, eso no es una cuestión de géneros.
Decía Leila Guerriero que la crónica siempre está mirando hacia abajo y ella empezó así, pero ahora empieza mirar hacia arriba. ¿Nunca miró hacia esa capa, Miguel Ángel?
No me interesa. Yo por mi trabajo podría ir a hoteles de cinco estrellas y a pensiones y a casas muy humildes, y la verdad que, en el fondo del corazón, a quién no le gusta una piscina y un buen jacuzzi con una copita de vino, pero donde yo encuentro la verdad, donde me siento más a gusto es en la casa humilde de una familia que no tiene nada, donde te ponen una sopa con un pedacito de pescado y lo comparten. A mí me gustan los de abajo, siempre me he identificado con ellos.
Pero totalmente de acuerdo que seguro hay historias en las altas esferas de la sociedad, de corrupción, de poder. Pero a mí no me interesa, creo que, en el arrabal, en el extrarradio habitan las historias más poderosas, más sinceras. Los mundos de los arrabales son más fértiles.
¿Qué opina de la crónica roja?
A mí como extranjero lo primero que me sorprendió del periodismo de Sudamérica, del Ecuador, es lo de la crónica roja, es algo que en España está desterrada, tiene que haber crónica roja, son los sucesos de toda la vida, pero a mí lo que no me gusta es el envoltorio que se le da a veces, el show, hacer un espectáculo de la muerte a mí me parece abominable.
La crónica roja, los sucesos de la muerte sí, el espectáculo de la desgracia no.
¿Cuándo será el lanzamiento de Crónicas Salvajes?
La pandemia lo sigue retrasando, aún no tengo la fecha.
¿Qué es la crónica desde su experiencia, Miguel Ángel?
Creo que la crónica es un espacio aún de libertad para mí, para contar lo que yo quiera, siempre he podido ser libre en ella, quiero que el libro sea una inspiración, a mí me gusta motivar a la gente, veo una cultura muy del miedo, la gente ahora en Quito y en España, ahora con la pandemia, tiene miedo de salir, de dar, de trascender. Y me gustaría que estas crónicas sean una especie de bálsamo o de medicina contra el miedo; hay que perderle el miedo a la vida.
El periodismo de viajes creo que es muy terapéutico, creo también que es un bálsamo contra los nacionalismos, contra los radicalismos, contra esa mente cuadrada; viajar lento, viajar poquito a poco, no intentar ver cinco países en un mes que es lo que hace la gente cuando va a Europa. Siempre que vas a un país hay que hacer como mínimo un amigo, si no no has viajado.