Madre, ama, amma, anchama, mama, tayka, nukur… desde siempre
La joya terrenal única donde el Sol descansa en su trono, ella es siembra, brote, crecimiento, cosecha… el ciclo de la vida.
Su vientre empieza a formarse, ahí está ella, su dominio desde lo alto del Pichincha se extiende hacia las planicies y la gran laguna, provoca el vuelo de las aves que revolotean entre las totoras, coloca sus brazos en su pecho, sintiendo el palpitar de los dos seres en uno, agradece a su Madre Tierra por permitirle representarla. Su pueblo es su hijo Quito; pueblo llegado desde el lejano norte, luego de milenarias caminatas al lugar escogido, donde los días y las noches son iguales y donde hasta su sombra desaparecía como indicándoles que era el lugar destinado para plantar su vida, el origen de su futuro. Así Quito florece y madura con la conciencia solar de sus calendarios agrícolas, los años de oscuridad desaparecieron con la luz brillante de su fuerza luminosa, como la luna, sol nocturno, Pajta dual e inmortal
Ahí está la Madre Kitu, a los pies del Chillindalu y el Ungüi, hijo del gran Pichincha, padre eterno del Kitu, inició su poblar vigoroso alrededor de los lagos, en las planicies y lomas, trabajando su agricultura que había madurado como el maíz de junio, la chacra en terraplenes y terrazas le robaban espacio al agua con camellones, transformando el paisaje salvaje en fértil edén.
Ahí está la Madre Kitu, con mirada firme y dulce, como adivinando el futuro de sus hijos en la bendición de la tierra que les fue entregada a los pies de su montaña sagrada, su primordial hogar donde echó sus raíces. La tierra del trueno y de la guaba, la del Sanu, cabuyo símbolo de la unidad irrompible de los bulus familiares, las montañas bajas de Wanwiltawa, Itchimbía, Puengasí…las altas del Pichincha, eran el lugar indicado para las Buluwayas, ciudadelas de pueblos organizados, donde el tejido y el telar se juntaba con la agricultura sedentaria, la cacería y la vida ritual única de la Gente del Centro.
Es la tierra Quitu, la de la mitad, la Amatu generosa que recibió a todos, aún a los que vinieron sin invitación, enseñanza espiritual por la que sus hijos de hoy, son como las flores de marzo, diversas y diferentes, pero que nacen del mismo suelo, se alimentan del mismo sol, beben del mismo rocío y duermen la misma luna. Porque ahora todos somos Hijos de la KijAmatu, la Madre Tierra del Centro y del Sol Recto.
FUENTE: Proyecto Kitu, Mauricio Quiroz C.
KIJAMATU’AMA y QUITO, UN VIAJE EN SUS TIEMPOS.
IMAGEN: Internet