OBRA DE LA SEMANA: «ROMERIANTES»

 

Obra: Romeriantes

Autor: Piedad Paredes

Piedad Paredes nació en la ciudad de Quito, en el año de 1911. Desde muy pequeña, como lo expresó en algunos apuntes autobiográficos, se sintió diferente en la escuela y hasta en la familia. No obstante, a pesar de su carácter independiente, que en ocasiones le traían dificultades, fue una alumna sobresaliente. Adicta a la lectura, solía observar la naturaleza y llenaba de dibujos sus cuadernos, libros escolares y de cuentos, hábito que los maestros consideraban intolerable. Por esa razón tuvo a menudo que soportar castigos en la escuela y a veces en la casa, por aquella inquietud constante y su tendencia a salirse de las rutinas y de las reglas. Por esta razón decidió ingresar a la Academia de Bellas Artes y se gradúo en 1934 con honores. Obtuvo el cuarto premio entre sus compañeros de la Escuela recibiendo la Medalla por parte del Embajador de Brasil.

Paredes fue incluida en la década de 1930 y también décadas después entre los artistas plásticos indigenistas del Ecuador, aunque ella nunca se sintió parte de dicha corriente. La complejidad que la rodeó evidencia la permanente tensión en la que estuvieron inmersas tanto la artista como su obra para poder integrarse al campo artístico ecuatoriano de la década de 1930.

Su cuadro Romeriantes, de 1932, un óleo sobre tela en el que representa a un grupo conformado por cuatro campesinas, dos niños y un anciano que va de romería, es un ejemplo de esta tensión. En él, Paredes simplifica las formas en sus personajes y, de una manera sutil, los geometriza. Las mujeres de la romería a campo traviesa van adustas y altivas, mirando de frente al espectador. Son mujeres hermosas, de evidentes rasgos indígenas y pieles morenas. La adustez de su gesto contrasta con el colorido de su vestimenta. Podría decirse que en esta obra se regodea en la paleta, sacando todo el provecho a una combinación de ocres, verdes y morados que se complementan de manera muy vivaz entre sí. Esta expresión cromática aliviana la gravedad de los rostros, así como lo hace el niño que se lleva un chupete a la boca y rompe con la solemnidad del tema, de la composición y de la corriente. En esta obra no hay una carga de denuncia ni comentario social explícito, sino que más bien se inclina hacia el costumbrismo, que recoge en este caso un momento protagonizado por mujeres que se apoyan en la fe y la religión, que pudiera leerse también como el único amparo al que pueden apelar los pobres.

 

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