Manuela Sáenz y Aizpuru o Sáenz de Thorne, también llamada Manuelita Sáenz, nace en Quito, el 27 de diciembre de 1795. Hija de Simón Sáenz de Vergara, hidalgo español y funcionario de la Real Audiencia de Quito, y de la criolla quiteña María Joaquina de Aizpuru.
A muy corta edad queda huérfana de madre y es entregada al monasterio de La Inmaculada Concepción, donde es criada bajo la tutela y educación de la hermana superiora, Sor Buenaventura. Cuando salía del monasterio pasaba en la hacienda Cataguango con su padre quien le obsequia dos niñas esclavas negras para que jugaran y cuidaran de ella, a quienes consideró sus inseparables amigas. Haciendo uso de sus dotes y talento su padre la induce a la lectura y buenas costumbres.
Complementa su educación en el colegio de Santa Catalina de Siena donde aprende inglés y francés. Quito, para entonces, era una ciudad de aires afrancesados, en la que los grandes salones que acogían a la aristocracia marchaban al ritmo de una concepción laxa de la moral y de las distracciones entre criollos y españoles. Desde muy joven entró en contacto con una serie de acontecimientos que animarían su interés por la política. En 1809, la aristocracia criolla ya se hallaba conspirando contra el poder de los hispanos, y a partir de entonces comenzaron a sucederse un conjunto de revueltas sangrientas.
Quizá las circunstancias familiares llevaron aManuela a optar por los revolucionarios, presenciaba desfiles de prisioneros desde la ventana de su casa, y se maravillaba de las hazañas de doña Manuela Cañizares, a quien tuvo por heroína al enterarse de que los conspiradores se reunían clandestinamente en su casa.
La fascinación de Manuela por la vida pública y su ímpetu rebelde la harían abandonar prontamente la clausura del convento. Aprendió a leer y a escribir, lo que le permitieron iniciar una relación epistolar con su futuro amante: Fausto Delhuyar, un coronel del ejército del rey.
Con él se fugó para descubrir más tarde el infortunio de su infertilidad, y la desgracia de estar al lado de un charlatán que por sus habladurías se ve obligada a casarse con el médico y comerciante inglés, al que nunca llegaría a amar, James Thorne en 1817.
Un matrimonio arreglado por su padre con el pago de una dote de 800 pesos. En este medio entró en contacto con personal del ejército y políticos, visitantes habituales en los encuentros sociales en su casa.
Corría el año 1819 y Manuela deslumbraba en los grandes salones de Lima, junto a su amiga Rosita Campuzano. El resto de la América estaba convulsionada. Simón Bolívar ya había liberado el territorio de la Nueva Granada y se disponía a fundar en Angostura la Gran Colombia.
Entrado el año de 1820, José de San Martín se encontraba de camino hacia Perú. Los limeños comenzaban a conspirar, y la Sáenz se convertía en una de las activistas principales.
Las reuniones se realizaban en su casa y las disfrazaba de fiestas; actuaba de espía y pasaba información. Participó en las negociaciones con el batallón de Numancia y, en 1822, una vez liberado Perú, fue condecorada "Caballeresa del sol, al patriotismo de las más sensibles".
Con la excusa de acompañar a su padre, Manuelita marchó hacia Quito. Colaboró activamente con las fuerzas libertadoras: llevaba y traía información, curaba a los enfermos y donaba víveres para los soldados. El 16 de junio de 1822, Simón Bolívar entró triunfalmente en la ciudad y, después de un cruce de miradas, fueron presentados en un baile en homenaje al Libertador.
Se convirtió en la amante de Bolívar (1822), al que acompañó en todas sus campañas y al que, en una ocasión, salvó la vida (1828), lo que le valió el apelativo de Libertadora del libertador.
Su presencia al lado del Libertador, durante los años cruciales de la gesta emancipadora, marcaría indeleblemente numerosos acontecimientos en los albores de la vida republicana. Los compromisos del Libertador no impedían los encuentros amorosos, y mientras duraba la ausencia, Manuelita participaba activamente en la consolidación de la independencia del Ecuador.
Bolívar le regaló un uniforme, que ella utilizaba a la hora de sofocar algún levantamiento. La muerte de su padre la motivó a regresar a Lima. Fue nombrada por Bolívar miembro del Estado Mayor del Ejército Libertador. Peleó junto a Antonio José de Sucre en Ayacucho, siendo la única mujer que pasaría a la historia como heroína de esta batalla.
Una vez aprobada la Constitución para las nuevas naciones, marchó a Bogotá junto al Libertador. Siguió el curso cronológico de los principales sucesos políticos y militares de los que fue testigo o protagonista: el encuentro de Bolívar y San Martín en Guayaquil, las batallas de Pichincha y Ayacucho, el conflicto entre el Libertador y Santander, la rebelión de Córdova y la disolución de la Gran Colombia.
No ha sido fácil para la historia de la América independentista incluir en su nómina de próceres el nombre de Manuela Sáenz. Si su condición de mujer ya lo hacía difícil, su estatus de amante del Libertador complicaba aún más las cosas. La historiografía del siglo XIX, temiendo por la memoria del "más grande hombre de América", se encargaría de omitir la presencia de esta mujer en su círculo. Con todo y con ello, las anécdotas se dieron a conocer, y la misma historia se vio en la necesidad de otorgarle a Manuela Sáenz la categoría de heroína.
Antes de la muerte del Libertador, se levantó una ola de calumnias en su contra por parte de Santander y Manuela decidió escribir, como forma de protesta, La Torre de Babel (julio de 1830), motivo por el cual se le emitió una orden de prisión. Seguidamente, tuvo lugar la persecución de los colaboradores de Bolívar, que la consideraban peligrosa.
Así, el 1 de enero de 1834, le ordenaron que abandonara la nación en un plazo de trece días. Mientras tanto, fue encerrada en la cárcel de mujeres y conducida en silla de manos hasta Funza, y de allí, a caballo, hasta el puerto de Cartagena con destino a Jamaica. Al conocer la muerte de su amado, decidió suicidarse. Se dirigió a Guaduas, donde se hizo morder por una serpiente, y fue salvada por los habitantes del lugar.
Manuela volvió al Ecuador en 1835. El presidente Vicente Rocafuerte, ante la noticia de su llegada, determinó su salida del país. Esto la llevó al destierro. Se radicó en el puerto de Paita, donde subsistió elaborando dulces, tejidos y bordados para la venta, ya que las rentas por el arrendamiento de su hacienda de Catahuango, en Quito, no le eran enviadas.
En la puerta de su casa se podía leer English Spoken; era querida por la gente del pueblo y bautizaba niños, con la condición de que se llamaran Simón o Simona. Fue visitada por muchos hombres importantes, entre los que figuraron Simón Rodríguez, Hermann Melville y Giuseppe Garibaldi. Uno de los visitantes del lugar trajo consigo la difteria, enfermedad que contrajo Manuelita y de la que murió, ya pobre e inválida, a los 60 años de vida en 1856.
En el año 2010, en la hacienda Cataguango, sitio que fue su morada por muchos años de Manuela Sáenz, donde pasó la mayor parte de su juventud, y además fue lugar de encuentro con su amado Simón Bolívar, el Alcalde de la ciudad de Quito, Dr. Augusto Barrera, recibió del Prefecto de Pichincha, Dr. Gustavo Baroja los restos simbólicos de Manuela Sáenz traídos desde Paita con destino a Venezuela para depositar en el Panteón Nacional Junto a Simón Bolívar. “En sus manos queda alcalde los restos de esta heroína para que Quito la venere puesto que Manuela y Quito son un solo cuerpo”, dijo el prefecto de Pichincha.