La mamá (Cuentos adolescentes) de Guido Diaz
MEA CULPA
Durante los cuarenta y más años de profesor en varias universidades, pero especialmente en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central del Ecuador en Quito, aprendí que tanto en mi cátedra de Teoría de la Arquitectura, como en las de Diseño Arquitectónico o Urbano, mis clases se restringían a ser relatos de la vida cotidiana. Pero de esto no fui siempre consciente. Al principio, seguramente creía que impartía doctrinas o técnicas, que mis formulaciones eran principios científicos o artísticos y que ‘algo enseñaba’ a mis estudiantes.
Esta equivocación solo la superé cuando conocí a Clifford Geertz y de manera particular su libro El antropólogo como autor, con el que me sentí acusado de abuso de poder por obligar a mis alumnos a que creyeran como verdades mis afirmaciones y mis fantasías. Me di cuenta de que mis clases eran solo el relato de mi interpretación de la realidad que yo la vivía o la veía. Sólo entonces pude abandonar mi discurso conceptual y lentamente fue apareciendo el narrador.
Cómo quisiera hoy reescribir los muchos folios de informes, diagnósticos, prognosis, modelos teóricos y más documentos que como profesor, consultor y planificador escribí para varias regiones o ciudades, comunidades, barrios, familias, edificios, pueblos, plazas y todo tipo de territorios y espacios públicos del Ecuador, y transformarlos de densos, aburridos e inútiles mamotretos, en ágiles piezas literarias que emocionen y propicien el deseo de estar en ellos y la aventura de recrearlos.
Estos primeros pequeños cuentos son para pagar mis culpas y cumplir ese deseo, y están dedicados a mis amigos y a quienes quieran serlo.
Un niño juega a las escondidas en el corazón del hombre. El reflejo infantil dura toda la vida. El hombre es lo que fue de niño. Los misteriosos senderos de la vida empiezan a abrirse campo apenas dejamos el pecho grato de la madre. Quizá por ello la memoria aletea y danza y no para de jugar, como en este libro que se vale del perfume percibido en la infancia, como ya lo hizo aquel que fue en busca del tiempo perdido, para abrazar una época, para acariciarla con el pensamiento y para asombrarse de la huella sin tregua que va dejando la vida en su grafía portentosa.
De la cocina de Flora, entonces, o del vestido entreabierto de la dulce enemiga, del ojo único del pirata hidalgo, de la peluquería, ese medio de comunicación infalible, o de la piel pródiga e infinita de la mamá de Ramiro, va saliendo el animalito del recuerdo olor a leña, a canela, a maíz o a menta, a duras penas matizado con orégano o albahaca, como dicen que huele el amor, cuando es eterno.
Cuentos bodegones, bellos espacios de exageración, el diseñador, el arquitecto, el Guido, el niño, escribe para que no se le ocurra a la memoria desgastar la intimidad, esa sensualidad de los aromas, ese recuerdo de las primeras mariposas, del sutil extravío de la ingenuidad.
El autor no llegó nunca a aviador ni astronauta, pero en este libro prosigue su vuelo…
Precio: USD$10