“Sin embargo, desde que falleció Don Eusebio la huerta nunca fue la misma. Los jornaleros, supersticiosos como suelen ser, murmuraban que el alma de Don Eusebio se había llevado consigo la savia que nutría a su terreno preferido. Incluso hablaban de voces y ruidos extraños por esa huerta, donde nunca más floreció planta alguna.
Nadie se dio cuenta que desmantelé el invernadero y quemé su cubierta translúcida de plástico. Ningún jornalero me preguntó por qué monté alambre de púas a la sombra de aquellos altos y marchitos cipreses. Ninguno se sorprendió cuando entubé el infame ojo de agua para rebosar un estanque que pronto se llenó de algas y renacuajos. Ni siquiera el hijo de Don Eusebio reconoció los pantalones de su padre en el espantapájaros que coloqué donde una vez un rosal trepador se mostró en todo su fulgor. Lo único que me ordenó fue no usar más abono del gallinero porque no soportaba tal pestilencia.”
Fabián García
CCE 2019
96 p.
Precio: $8
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