A raíz del desastre ocurrido con el terremoto del sábado 4 de febrero de 1797, el de mayor intensidad que Riobamba y la sierra centro hayan vivido, el cacique Leandro Sefla Curicela recibió los títulos de Alcalde y Gobernador de los indios de Riobamba.
Sefla y Oro (Curicela)
Julián Quito
No sólo por su empeño en entregar indios para el traslado de la ciudad, sino porque transó casi a título personal, la entrega del llano de Tapi, que servía para el pastoreo de llamingos y aprovisionamiento de leña, para levantar la nueva ciudad.
Por todo lo señalado, las relaciones con los indios se tensaron hasta el límite suficiente para que estallara la siguiente rebelión, que tomó fuerza en la zona de predominio hacendario, al sur de Riobamba, con indios que no tenían caciques. Sus vecinos de Columbe, indios de las haciendas de propiedad de los agustinos, de los expulsados jesuitas, los Orozco, Puyol y Larrea, indios a quienes las medidas les golpeaban sobremanera, más a sus mujeres y a sus hijos. Fueron indios con varios nombres los que lideraron en Columbe, Guamote y Licto, pero fue uno sólo reconocido y legitimado por la muchedumbre como su capitán: El indio Julián Quito, cuyo nombre se posesionó al segundo día de la sublevación.
Julián Quito cautivaba a los indígenas hablándoles con ligeros saltos y las manos abiertas hacia el sol, en tanto les prometía rescatar las tierras arrebatadas por los blancos. Daba órdenes, aparecía y desaparecía entre cerros y llanuras, mientras la mayoría indígena daba cacería a las autoridades pueblerinas: dieron muerte al Teniente, al consignatario de aguardiente, al diezmero, al cobrador de aduanas, todos mestizos, y a la familia Orozco representante de las autoridades blancas de pueblo, así la rebelión marcaba también una reacción interétnica contra los abusos de poder.
La persecución y apresamiento de los sublevados estuvo a cargo del Corregidor interino de Riobamba, el quiteño Xavier Montúfar y Larrea. Apenas arribó a Columbe con un piquete de 400 hombres, sin previo juzgamiento, sacrificó de inmediato a una parte de los cabecillas indios, pero su preocupación mayor fue dar con el paradero de Julián Quito, ante la dificultad que le causaba la malicia de mudar repentinamente sus nombres y apellidos, por eso el indio Julián tomo el nombre de Francisco Sigla unas veces y otras el de un tal Sagñay; apresaron a Sigla y éste dijo no ser Julián; el Corregidor llevó a Sigla ante 92 prisioneros para que confirmen que es Julián, pero ellos dijeron que ese no los había dirigido; que Julián estaba en Columbe, que estaba en Alausí, que estaba en Quito.
Se ofrecieron gratificaciones, se enviaron espías desde Quito hasta Loja. Julián Quito no constaba en las listas de ahorcados en Columbe, ni en Quito, ni estuvo entre los azotados, ni entre los enviados como presos a la cárcel de Chagres. ¿Dónde estuvo? Se quedó mimetizado, multiplicado entre anejos y parcialidades, a la espera de una nueva coyuntura: con su ausencia es impresionante su presencia.
Tanto miedo provocó Julián Quito entre los blanco-mestizos, al punto que el presidente Carondelet y su Secretario Juan de Dios Morales, negociaron con los caciques, especialmente con Don Leandro Sefla de Licán. La aprehensión del indio Julián, como una forma de apagar con ello el fuego de la rebelión, porque estos indios no se quedarán tranquilos, ¡Volverán!.
Si Julián Quito representaba a los indios de pensamiento ancestral ubicados en zonas periféricas, el cacique Sefla lo era de los antiguos cacicazgos del centro riobambeño que actuaban políticamente. La negociación implicó no solo cobrar las caballerías de tierra y el título de Regidor del Cabildo, sino además: defender a los indios de sus parcialidades para que no sean llevados a la construcción de obras públicas de la ciudad. A cambio, los indios de Licán serían en adelante aguateros especializados que se encargarían de la construcción de canales, bocatomas, tajamares con su mantenimiento y el reparto de agua para la nueva ciudad. Sin embargo, esto no significó que el cacique sea aceptado por el orden local, los cabildantes riobambeños se opusieron a sentarse junto a él en tablados y fiestas religiosas, por sobre todo había que respetar las reglas establecidas por el antiguo régimen.
FUENTE: Coronel Feijóo, Rosario, “Los indios y la Revolución de Quito, 1757-1814”, AMERICANÍA, NºI, enero 2011, pp.26-41.