Alexis Serrano Carmona sistematiza la información con tal solvencia que sus palabras brotan raudas, inequívocas, como si el ejercicio de hurgar en su memoria le fuera ajeno.
Esa fluidez, claro está, no es gratuita: desde hace 14 años se volvió cómplice de la palabra cuando pisó los pasillos de la redacción de diario «La Hora», donde empezó su periplo por el periodismo.
Tiene en la punta de la lengua a Martín Caparrós, a Leila Guerriero, a Jon Lee Anderson y, aunque no lo nombra, sigue a pie juntillas la línea directriz que propalara el maestro español Miguel Ángel Basteneir (+): «si un periodista aspira a vivir a cuenta de la lengua castellana lo menos que puede hacer por ella es defenderla y cultivarla».
Alexis lo hace y se apalanca en el verbo para defender su hábitat: la crónica, género muchas veces desdeñado por algunos editores «cobardes» cuya rutina reproduce la cicatera lógica del dios rating: eso no vende.
Pero Alexis es optimista. Y obstinado. Por eso siente que el reportaje con halo literario, como también se conoce a la crónica, lejos está de la extremaunción, de ahí que escarbara en sus publicaciones, recopilara 18 crónicas y publicara con el título Horror en el sexto C sus mejores historias.
El lanzamiento se hizo el viernes 11 de diciembre en el marco de la FIL-Quito 2020. Ese día, Alexis se dio tiempo para resumir su obra, pasar revista a la crónica, dignificar la palabra y agradecer a todos aquellos, envidiable ejército de lectores, que lo arroparon con su enhorabuena.
Una máquina de escribir, un corcho con varias frases de cronistas consagrados y una biblioteca donde se apiñan sus libros flanquean el escritorio del cronista quiteño que resume, en un ejercicio de bondad, los pertrechos que debe tener, indefectiblemente, todo buen cronista: paciencia y lecturas.
Paciencia y lecturas. Leer, leer y leer, decía el viernes, y ahí tiene, en su biblioteca, además de libros de crónica, «El libro de estilo» de El País, artilugio que habla del compromiso que tiene con el lenguaje y, faltaba más, con la paciencia.
¿Se concibe la crónica sin la licencia que tiene un periodista con su cartón?
Casi ninguno de los cronistas que más admiro tiene el cartón de periodista. Somos tan retrógados en este país que los mejores periodistas no podrían dictar clases en nuestras universidades porque no tienen título y tampoco maestría.
Ningún conocimiento sale sobrando, todo sirve; y si las facultades de periodismo se empeñan en enseñar periodismo de verdad desde los primeros semestres, sin duda eso serviría mucho. Pero el cartón no garantiza nada en este oficio. He visto a personas sin título hacer el mejor periodismo y a personas con título hacer el peor. Ojo: lo dice alguien con título, pero que cree que eso no es condición para ejercer el oficio ni garantía de calidad.
La tapa de su libro Horror en el sexto C evoca la mirada de Norman, de Psicosis, o de American Sycho. En el caso de Horror en el sexto C ¿se quedó en el resquicio de la puerta, escudriñó por el visor? ¿Hasta qué capas le permitió la ley horadar ese doloroso caso?
El tema con esa crónica es que ya existía una sentencia ejecutoriada; entonces legalmente se podía contar todo. La dificultad era que las víctimas quisieran hablar. Fue todo un proceso, acercarme primero a la tía de una de ellas, luego a sus padres para, finalmente, llegar a ellas. Luego, leer todo el expediente judicial, entender la investigación de la Fiscalía, intentar hablar con el violador, aunque al final él no quiso hablar conmigo. Llegué en esa historia lo más profundo que pude, porque la historia lo demandaba.
Hacer crónica es un acto de generosidad del periodista, ha dicho Diego Cazar en la presentación de su libro. ¿No siente que además de la precarización laboral, que es un hecho, la generosidad de los periodistas se ha perdido en las salas de redacción?
Pienso que esto pasa mucho por la decisión del periodista. Para escribir una crónica uno tiene que creer con todas sus fuerzas que esa historia merece ser contada, debe ser contada.
Muchos de estos textos fueron escritos en mis fines de semana libres, en mis feriados, en los pocos tiempos que le podía sacar a mi trabajo en «La Hora». Pero nunca fue un peso, siempre fue un disfrute, porque nadie me obligó a contar estos temas, fue mi decisión personal y profesional.
Estoy consciente de que los medios quieren tener cada vez menos gente, haciendo más cosas, por la misma paga; eso debe cambiar en algún momento, pero mientras tanto debemos seguir contando estas historias.
La política Lourdes Tibán y el expresidente Rodrigo Borja forman parte de su libro porque los entrevistó. Son dos personajes que están en las antípodas, pero, ciertamente, interesantes. Rodrigo Borja es un político sobrio, serio ¿le permitió entrar a los intersticios de su vida? Lourdes Tibán, por otro lado, tiene anécdotas desopilantes, pero también anécdotas que invitan a la reflexión, ¿cómo le fue con esas entrevistas?
Siempre me interesó contar la historia de Borja. Pasé mucho tiempo con él en su casa. Me mostró, por ejemplo, una pared llena de fotos y recortes de periódicos en la que estaba la escena de él y algunos amigos que estaban listos a pelear por la Revolución Cubana y cuando el viaje se suspendió sufrieron mucho. Me contó ese tipo de cosas y fue una charla muy importante para mí.
Con Lourdes Tibán, en cambio, fueron muchas risotadas, pero también me contó cómo en su niñez debía salir con sus hermanos a recoger los alimentos que los hacendados botaban al piso y daban a sus animales para poder tener qué comer. Fueron dos personajes muy interesantes para retratar.
Usted dice que la crónica ha sido relegada por temor o cobardía de los editores de los diarios, pero también ha dicho que subestiman al lector. Las cifras no mienten, un artículo de Jénnifer López tiene más visitas que una buena crónica. ¿Qué se hace para desandar esa realidad?
De ciertos editores. De esos editores que le tienen miedo a la palabra escrita y quieren competir solamente con gráficos y dibujitos. Si, como periodista interesado en escribir, hago mi trabajo pensando en que la gente no lee, estoy perdido.
Y estos editores temerosos lo que hacen es entrar en un círculo vicioso: quieres más notas fofas, te doy más notas fofas, me pides más, te doy más.
Dice Martín Caparrós que el momento en que la lógica del raiting entró en los medios escritos eso complicó todo. Pero, por eso habla de la decisión personal: está bien que se cuente sobre Jénnifer López, pero también está bien que haya periodistas que quieran dedicar un reporteo profundo y una escritura que cautive para contar estas historias.
Decía Caparrós, la crónica ha de ser marginal o no será… ¿está de acuerdo?
Muy de acuerdo. Precisamente porque no está bajo esa lógica del raiting, de lo que quiere la mayoría, porque apuesta por contar lo que cree que debe ser contado, lo que le importa contar. Y también porque los lectores nunca han sido la mayoría. En su mejor época, el Diario El País, referente del periodismo mundial, no llegaba al 1% de la población de España; pero los lectores: esas personas que buscan una historia para leer existieron, existen y existirán.
Hace unos días usted dijo en un diario amigo que si los periodistas no querían ser reemplazados por robots debían dejar de escribir como robots. La frase es lapidaria, quimérica y hermosa. ¿Qué se hace en una sala de redacción, o en diez porque sucede en todo el mundo, donde cada vez hay menos periodistas?
A un periodista lo mínimo que se puede exigir es que escriba bien. Pero por qué no hacer el intento de escribir asquerosamente bien. Yo, como periodista, no puedo decir: me voy a esforzar muchísimo en una nota de 35.000 caracteres pero voy a hacer a la maldita sea una de 1.500. La esencia nuestra como periodistas debe estar en cada línea.
Entonces, insisto, sería ideal que las condiciones en los medios mejoraran para los periodistas, pero mientras tanto debemos dar nuestra mejor versión en cada cosa que hagamos. De eso se trata. Tratar de llegar a la esencia del ser humano en cada historia, entender es un verbo que no conjugamos lo suficiente. ¿Qué debemos hacer si no queremos ser reemplazados por robots? Pues, dejar de escribir como robots. En eso se resume todo.
¿La crónica es un género hecho para hombres?
Ningún periodismo lo es. Muchas de las mejores cronistas del mundo son mujeres. Cualquier periodista, independientemente de su género es capaz de desarrollar la sensibilidad para escribir una buena crónica.
¿Por qué la crónica siempre mira hacia abajo? Decía Leila Guerriero, «me interesan esas capas, también marginales y de poco acceso, que están arriba, porque de ellas nadie habla».
También estoy de acuerdo. Durante mucho tiempo la crónica se ha dedicado a retratar la desigualdad y hacerlo desde abajo. Creo que por mucho tiempo le pasó eso al cine también. Por eso también hay que intentar contar las historias del poder desde adentro. Quizá es más difícil, pero es algo a lo que también debemos apuntar. Una historia que nos convoca, sin importar dónde se encuentre, es una historia que debemos perseguir.
¿Es un insulto para la crónica que se le llame roja (crónica roja) a un parte policial copiado y pegado en la sección de un diario?
Tampoco lo tomaría como un insulto. Pero sí me llama la atención que algunos periodistas digan crónica a secas a la crónica roja. No tengo idea de por qué será. Cuando yo editaba en «La Hora», que es un medio con varias regionales, pedía que en todo caso le dijeran «Roja», a secas, pero no crónica. Pero tampoco lo veo como un insulto. Está muy bien que se haga todo tipo de periodismo.
¿Qué está leyendo?
Ahora estoy siguiendo una maestría en Literatura y Escritura Creativa, en la Universidad Andina, en la que estamos leyendo como locos. Seguro si algún compañero lee esto, estará sonriendo y asintiendo en este preciso momento. Lo último que leímos fue El rey Lear, de Shakespeare. Pero, en los pocos tiempos que me quedan e iniciado una relectura de Lolita, de Navokov; y pronto quiero ir a algo de Scott Fitzgerald. Ojalá me alcance el tiempo en las vacaciones.
¿Cuando supo que la crónica era lo suyo? ¿Quiénes fueron sus mentores?
El primero en hablarme de la crónica fue un escritor español que fue mi profesor en la Universidad San Francisco de Quito: Juan Manuel Rodríguez. Luego, llegó Alejandro Querejeta que ha sido para mí como un padre en el periodismo y también mi lector más crítico. Ha sido siempre mi cable a tierra: cada vez que me ha dicho que algo que he escrito le ha gustado, enseguida me ha dicho que no me duerma en los laureles, que empiece a pensar en el siguiente texto; siempre recomendándome lecturas, además.
Y, por supuesto, muchos han sido mis maestros sin siquiera saber que lo eran: Leila Guerriero, Martín Caparrós, la escritura de Alberto Salcedo Ramos, Svetlana Alexiévich, Gay Talese, John Hersey, Truman Capote, David Remnick, Alma Guillermoprieto, Rodolfo Walsh. Como suele decir Leila: de ahí es de donde venimos.
«Este libro nace también como una forma de levantar la voz y decir en este país también se hace crónica. En la región entera hay editoriales que dedican colecciones completas a la literatura de no ficción; es decir, a la crónica. Pienso que de este tiempo del clic y del Twitter y el on line, el periodismo escrito va a salir fortalecido gracias a la única herramienta que no comparte con ningún otro periodismo: la palabra escrita», manifiesta Alexis.
Alexis Serrano Carmona se graduó de periodista en la Universidad San Francisco de Quito y actualmente cursa una maestría en Literatura y Escritura Creativa, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Durante casi 14 años trabajo en Diario La Hora, donde fue: pasante, reportero, editor de dos secciones, jefe de Información y editor general. Además, fue colaborador y miembro del Consejo Editorial de la revista SoHo Ecuador hasta su desaparición y sus textos se han publicado también en Mundo Diners y Criterios.
Ahora escribe para la revista digital Scopio, de la cual es cofundador; y edita en la sección política del portal Ecuador en Vivo. Por sus crónicas ha ganado en dos ocasiones el Premio Eugenio Espejo, de la Unión Nacional de Periodistas, y ha sido finalista en otra edición. También obtuvo el tercer lugar en el Premio Jorge Mantilla Ortega.
Tapa del libro de crónicas Horror en el sexto C, de Alexis Serrano Carmona.
FUENTE: EL TELÉGRAFO