Gaitán Villavicencio Loor: “Estamos ante dos problemas con características diferentes”

El incremento de los casos delincuenciales comunes, las matanzas penitenciarias, la viralización de imágenes de los violentos enfrentamientos carcelarios y la proliferación de contenidos mediáticos de actos violentos han incrementado la percepción de inseguridad en la población guayaquileña.

Por Mgtr. Flor Layedra Torres, editora.

A lo largo de su vida profesional, Gaitán Villavicencio Loor se ha enfocado en explorar analíticamente las condiciones socioculturales, los procesos urbanos y los conflictos sociourbanos y políticos de Guayaquil. Sus investigaciones han sido publicadas en libros y en revistas académicas. Conversamos con el sociólogo guayaquileño, quien también es miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana – Núcleo del Guayas, sobre la construcción social de la inseguridad en Guayaquil.

De acuerdo a los balances de InSight Crime sobre los homicidios efectuados en la región, Ecuador se ha caracterizado por registrar bajas tasas de violencia en comparación con otros países de América Latina y el Caribe. Según los datos del 2020, Ecuador es el quinto país menos violento. ¿Por qué se fortalece la imagen de que vivimos en un país muy peligroso cuando las cifras dicen lo contrario?

Por la incapacidad de los gobiernos frente a los problemas carcelarios, de justicia y de rehabilitación social, ya que no los han atendido ni les han dado un tratamiento adecuado y conveniente. Además, por la cantidad de intereses políticos que hay de por medio, por ejemplo, uno: los enfrentamientos entre la presidencia y las otras funciones del Estado; el ejecutivo ha querido intervenirlas directamente, como en el caso de (Rafael) Correa que se metió en la justicia, pero no para arreglarla, sino para manejarla a su conveniencia. Dos, a los partidos políticos nunca les ha interesado el problema, salvo cuando quieren hacer un escándalo. Tres, los medios de comunicación; hay un abuso de la crónica roja, del sensacionalismo y del amarillismo. Todo esto se ha politizado. Nosotros no tenemos niveles de conflictividad tan altos, conforme lo demuestra InSight Crime, pero el problema es que esto es un elemento que sirve para la distracción de otros conflictos.

¿De qué conflictos nos estarían distrayendo?

Por ejemplo, de los problemas económicos como el de los combustibles. Todos los neoliberales dicen que es algo arcaico que exista el subsidio a los combustibles y en este momento se lo pelotean. La alcaldesa (Cynthia Viteri) dice: no, yo no tomaré la decisión (sobre el incremento del pasaje de buses urbanos en la ciudad), si el que lo subió (el precio de los combustibles) fue el gobierno central; yo por qué tengo que subir (la tarifa). Desde una cierta lógica es válido, pero no desde el servicio público, ya que la ciudadanía es la afectada. Este tema y todo lo que conlleva, obviamente, tiene que ser distraído a través de otro problema que debe ser sobredimensionado.

¿Cree que la percepción de inseguridad ha generado cambios en la ciudadanía? 

La morfología urbana cambió y con ello los diseños; desde hace 50 años se puede ver que todas las casas están enjauladas y en algunos casos hasta con alambres o con picos de botellas; también se comenzaron a reducir las salidas; las casas empezaron a tecnificarse y a colocárseles cámaras de seguridad. Ahora la seguridad se ha convertido en un gasto más que tiene que tenerse en cuenta en la canasta básica, particularmente en los grupos de altos ingresos. Pero Guayaquil, por ser puerto, siempre ha registrado hechos de violencia y de delincuencia, antiguamente había las rondas nocturnas que las hacían dos vigilantes en los barrios; a ellos se les pagaba cinco o diez sucres mensuales.

La arquitecta María Fernanda Compte, en declaraciones para el diario El Universo, en 2015, señaló que “la inseguridad fue otro factor que motivó a la gente a salir de Urdesa”. La idea que se ha instaurado, de que Guayaquil es una ciudad peligrosa, ha hecho que la gente abandone el centro y se traslade primero al Barrio Centenario, luego a Urdesa, a Ceibos, a vía a la Costa y ahora a las urbanizaciones amuralladas de Samborondón. ¿No cree que, a través de esta cultura del miedo, se está alejando a los habitantes de la ciudad, destruyendo la cohesión social?

Es un factor, pero responde a circunstancias mucho más complejas. Hace más de 40 años se tenía una ciudad saturada, o sea, los límites urbanos vigentes y la tierra ya estaban saturadas. Por ejemplo, con la inauguración del puente (de la Unidad Nacional), en julio de 1970, los sectores populares se fueron a Durán.

Sin embargo, hay personas que quieren vender sus casas y salir de Guayaquil por el miedo…

Pero es que eso tampoco te brinda seguridad, es falso; es una falsa seguridad. Sin embargo, en una ciudad segregacionista, residencialmente hablando, como Guayaquil, pesa más querer buscar exclusividad en un hábitat en donde no te vas a vincular con cholos. Dentro del manejo del imaginario social, particularmente en términos de clases, obviamente influye la exclusividad, la comodidad, la funcionabilidad, el estar en contacto con la naturaleza, que los chicos puedan correr sin riesgos y también buscan la seguridad.

¿Se puede deconstruir esa percepción de inseguridad dentro de la ciudad?

Por supuesto.

¿Cómo?

(Guillermo) Lasso ya ha hecho dos; primero, reconocer que el problema no es del gobierno, sino del Estado, por lo que aquí tienen que participar: el ejecutivo, el legislativo, el judicial, es decir, el Estado en su conjunto. A esto se le tiene que dar un tratamiento integral. Segundo, llegar a un acuerdo político con Colombia; a la frontera sur colombiana y norte ecuatoriana debe dársele un tratamiento transfronterizo, sin que ningún estado pierda su soberanía, porque en estos sectores se pierden las identidades; ahí se asume la identidad que uno crea más conveniente, debido a las circunstancias, un rato eres colombiano, otro rato eres ecuatoriano. Allí debe estar el ejército trabajando, para, por ejemplo, el decomiso de armas, no metiéndolos en las calles de nuestras ciudades, porque allí no juega ningún papel y ese es otro problema dentro de los imaginarios urbanos, pensar que van a dar más seguridad, ¡no, mentira! Tercero, hay que realizar una inversión en prevención.

¿Concretamente en qué se debe invertir?

Por ejemplo, en dar el apoyo a las mujeres; no puede seguir la violencia de género, el femicidio. Desde la política pública se debe dar seguridad a las mujeres. También se debe invertir en cultura en los jóvenes, ya que nuestra pirámide demográfica es invertida; más del 50% de la población llega a los 29 años y en las cárceles, la población joven predomina, más del 80% son menores de 30 años. Sin embargo, al invertir en estos rubros también se debe invertir, paralelamente, en las prisiones, porque a los reos se les quita su libertad, no sus derechos fundamentales.

¿Por qué cree que los gobiernos han desatendido el problema carcelario?

Porque en nuestras élites nunca existió un principio de rehabilitación; ellos siempre creyeron que a ellos (los reos) había que liquidarlos. Por ejemplo, en la década de los 60, en la gran violencia de Manabí; Carlos Julio (Arosemena Monroy) tuvo que decidir que el Batallón Febres Cordero entrara en la provincia y aplicara la ley de fuga. Ellos iban, ametrallaban y decían: no, el corrió, él fugó; así siempre se ha atendido a la ruralidad, de manera represiva y violenta. Y es lo que, ahora, mucha gente dice en los periódicos y en las redes: está bien que se maten entre ellos. El problema es grave porque no ha existido una política pública que englobe a las 60 cárceles.

¿A qué cree que se deba esta falta de interés?

Es que esto nunca le ha interesado al Estado, nunca. Michel Foucault (filósofo francés) estaría asustado si hubiera conocido nuestras cárceles. Actualmente, Guayaquil registra el 60% de hacinamiento y el promedio nacional es del 30%, por esto, los reos se tienen que turnar (para dormir), hay extorsión; se mueve muchísimo dinero dentro de las cárceles y estos factores se tienen que tomar en cuenta para disminuirlos.

¿Qué se debería hacer?

Es necesario darles un mínimo de comodidad. Es necesario que los presos trabajen y que su sueldo sea depositado en una cuenta bancaria para que ellos puedan usarlo al salir de prisión o ante una necesidad familiar. También se debería ofrecer diplomados, maestrías, doctorados; así la gente saldría profesional y corregida. El nivel de reincidencia demuestra que el problema es gravísimo porque no hay trabajo.

¿Estos planteamientos deberían ser incorporados en el plan estructural que la Corte Constitucional ha insistido en implementar?

Por supuesto.

¿Qué más debería contener?

Primero mejorar la condición de vida, que en las celdas estén tres o cuatro personas como máximo, pero cada uno con su cama. Cómo es posible que no haya un comedor; ellos deben comer en su propio cuarto y deben tener sus propias vajillas o tarrinas de plástico para que les sirvan la comida. El Estado tiene la responsabilidad constitucional de proteger y educar al reo. Según las estadísticas, casi el 80% de los presos solo tienen el nivel primario. A ellos se les debe obligar a que saquen el bachillerato; se les debe inculcar nuevas formas de vida, de valores y de visión a través de la educación, de la cultura, del arte y de talleres para el desarrollo de diversas habilidades; pero aquí, por la miseria y la corrupción, no lo han hecho. Además, se necesita que haya controles, pero no solo estatales, sino sociales, que se organice a las familias de los reos en asociaciones para que indiquen los problemas de las condiciones de vida. De esta forma, el problema carcelario hubiera sido de otras características y no tan graves ni tan agudas como las que existen en este momento.

 

¿Qué ha ocurrido para que ahora veamos en las cárceles que un ser humano descuartiza, incinera y tortura sin piedad a otro?

No hay peor reacción que la de la gente con mucho resentimiento social. Esas reacciones tan violentas las estamos copiando de otros países, como de Colombia y de México; eso de descuartizar, quemar el cadáver o jugar fútbol con una cabeza nunca se ha dado en la historia de violencia del Ecuador. Esto es un indicador de que hay un resentimiento social acumulado, de una violencia que transgrede la condición humana y eso se puede trasladar a la sociedad al decir: dispárale, mátalo, tírale el carro encima.

¿Es correcto relacionar la violencia que ocurre en las cárceles con la de las calles?

Yo diferencio la violencia de la calle con la de la prisión. El problema de la prisión está vinculado a la economía subterránea, no es solamente el narco, puede ser que ellos manejen el microtráfico, pero lo manejan al interior no al exterior, porque desde allí se maneja otro tipo de economías ilegales, como el robo de carros, el tráfico de armas, la trata de personas. Otra cosa es el problema de la inseguridad en las calles, que reúne los problemas de pobreza, de inequidad y de la gran desigualdad, donde hay una delincuencia común, es decir, robos al paso, hurtos. Lo grave es la letalidad en el accionar delincuencial cuando el delincuente se ve acorralado y se dice a sí mismo que lo único que tiene que perder es su vida, pero no volverá a la cárcel; o la brutalidad con la que actúa y mata por veinte dólares o por un celular. Estamos ante dos problemas con características diferentes, obviamente que están interconectados, pero no significa que son una sola cosa. Es una hidra con muchas cabezas, por lo que es mejor segmentar la situación para entenderla.

La Corte Constitucional ha insistido en la implementación de un plan de acción para solucionar los problemas estructurales del Sistema Nacional de Rehabilitación Social, pero por régimen ordinario, ¿por qué el ejecutivo insiste en resolver esta crisis a través del estado de excepción?

Para poder mover las fuerzas armadas, nada más.

¿Para qué?

Ellos creen que con esto incrementan el miedo. Estamos en una suerte de círculo perverso; por un lado, a la sociedad le dicen: tranquila, ya salieron (los militares); pero, por otro lado, a los penados quieren meterles miedo. Sin embargo, el miedo se lo está transfiriendo a la sociedad.

¿Para qué se busca mantener el miedo?

El miedo es un mecanismo de control, es un mecanismo que usa el poder para seguir dominando, para seguir siendo hegemónico y así llevar su proyecto adelante.

¿Cómo evalúa el rol que los medios han desempeñado en torno a esta problemática?

Los medios de comunicación han hecho una apología y, frente a una realidad que de por sí tiene problemáticas, están generando un incremento de la percepción del miedo -en eso admiro a los periódicos colombianos, ellos no tienen la crónica roja que nosotros tenemos-; a eso, sumemos la circulación de las fake news (contenido pseudoperiodístico) a través de las redes.

¿Qué efectos negativos se podría generar en la sociedad si seguimos replicando indiscriminadamente mensajes que siembran terror?

Que se cumpla lo que quiere que la alcaldesa de Guayaquil (Cynthia Viteri), que la gente se arme como en Estados Unidos de América, como lo establece la segunda enmienda de su Constitución. Entonces, esto se convertiría en una masacre, en una guerra civil, porque yo estaría armado y si se acerca, al lado de mi carro, un limpiador de vidrios o un niño que me pide plata, yo le dispararía porque creería que me viene a robar. Esto instauraría lo más grave de la justicia: la justicia por mano propia, que ha sido comprobada como la más errática, porque se mata a gente que realmente no era la causante. Esto me llama la atención porque ella (Cynthia Viteri) es abogada.

¿Qué ha incidido en la gente para que esta muestre una carencia de empatía con los reos?

La sociedad tiene, lamentablemente, una conducta dual. La una es por el hecho del crecimiento de la violencia en las calles, particularmente por la delincuencia común -el robo de un celular, de un reloj o de la cartera-; la sociedad quiere que los desaparezcan, que les den bala o los aniquilen. Hay una degradación de la imagen que la sociedad tiene de ellos. Pero, por otro lado, cuando ven a la familia del reo, se conmueven y dicen no; por esto es importante ver al recluso y a su medio social.

¿En qué factores culturales deberíamos trabajar para lograr cambios contundentes en el comportamiento ciudadano?

Debemos lograr una mayor integración social, pero primero hay que resolver los problemas de sobrevivencia, porque la pobreza es muy mala consejera y genera problemas graves, peor después de la pandemia. Hasta este momento, nosotros no logramos dimensionar los efectos que está generando la pandemia, porque realmente muchísimas cosas han cambiado.

¿Cómo cuáles?

El trabajo; el teletrabajo va a continuar y los horarios se flexibilizarían, habrá días que se laborarán en casa y otros en la oficina. En cambio, la educación virtual podría ser la salida al problema que tenemos en la actualidad (la falta de cupos universitarios): 200 000 estudiantes se quedan fuera del sistema universitario cada año. La cotidianidad está cambiando y al mismo tiempo la realidad se está transformando por la disrupción que está produciendo la epidemia, y a su vez está generando otros problemas, entre ellos más miedo. Mucha gente aniñada ya no va al supermercado, peor a los mercados, por el miedo, y está comprando todo a través de las aplicaciones digitales. El problema es grave porque se puede crear, y a mi criterio ya está funcionando aquí en Ecuador, los escuadrones de la muerte.

¿Por qué lo cree?

Por cuestiones que se están dando en la calle, particularmente porque toda muerte se la relaciona con el sicariato, y yo lo dudo. Me disculpo por mi degeneración académico-intelectual, pero el sicario es un profesional, no anda acompañado, anda solo; aquí andan dos. Además, es un experto en la motocicleta y al disparar, donde pone el ojo, pone la bala, tiene una gran economía de balas; aquí no, aquí se toman hasta el tiempo para ir a ver si lo han matado, van y lo rematan en el suelo.

Pero también lo vinculan al ajuste de cuentas entre bandas rivales.

Eso corresponde a otras cosas, aunque creo que la hay, pero no es posible que la Policía, tan poco profesional, un poco como olfateando, diga: ah, es que él tiene antecedentes y por eso es narcotraficante, por lo tanto, es ajuste de cuentas, es una lucha por territorio, y con ese etiquetaje resuelven los casos.

 ¿Quién estaría al mando de estos grupos…?

La gente de la propia Policía y de la sociedad civil, particularmente, creo que son policías de altos mandos retirados. Esto es gravísimo porque nos estaría llevando a que caigamos en una situación como la mexicana o la brasileña; Brasil tiene dos tipos de policías, una militarizada y otra civil, y se puede ver cómo matan a los niños de la calle o a la gente en las favelas, hasta con bombardeos y desde helicópteros, y nos están precipitando a eso porque están creando un estado de efervescencia y de malestar social muy grande.

¿Necesitamos cambios en el urbanismo para lograr una trasformación social?

Claro, es una de las partes de la prevención. Deberíamos ser una de las ciudades más iluminadas, porque la oscuridad permite la comisión de delitos. Además, no se debería permitir la circulación de carros sin placas, porque un carro sin placa es un carro de delincuentes; se debe obligar a que, carro que se venda, carro que debe salir con placa.

Pero eso ya es una norma.

Pero no siempre se cumple. Hace algunos meses atrás hay problemas en la producción de placas y por eso están entregando placas provisionales en papel; lo afirmo porque a mí me pasó hace cuatro años, cuando compré mi carro. Por eso digo que eso (la entrega de la placa) es mentira. Lo mismo pasa con las motocicletas, además, estas deben ser registradas con nombres y apellidos. Y si los carros y las motocicletas no cumplen (con las normas), que los decomisen. El problema es grave en el país y si no hay las adecuadas soluciones, esto será una situación para largo plazo, pero hay que enfrentarla, porque se debió hacerlo hace rato.

 

Entre nos

¿Qué libro está leyendo?

Ahorita estoy leyendo Los rostros de la salsa, de Leonardo Padura.

¿Cuál es su canción preferida?

Bueno, tengo varias.

Una de ellas.

Marieke, de Jacques Brel.

¿Cuál es su película preferida?

Anoche la volví a ver y me pareció maravillosa, Una Venus en visón.

¿Cuál es su pasatiempo preferido?

Reunirme con mi familia, con mis hijas y mis nietos.

¿Cuántos nietos tiene?

Tengo ocho nietos, tres están en Ecuador.

¿A quién admira?

A mucha gente, pero entre esos, si hablamos de locales, a quién admiro y critico es a José Joaquín de Olmedo.

¿Qué añora de Guayaquil?

Añoro caminar tranquilo en las madrugadas; cuando salíamos de las fiestas con los compañeros, caminábamos, porque no teníamos carro, y no pasaba nada. También añoro las carretillas del malecón antiguo; el Malecón 2000, me parece una bazofia.

¿Qué tiene pendiente por hacer?

Quisiera hacer un trabajo de corte plurinstitucional para el manejo de la cultura de paz, para niños, adolescentes y jóvenes.

¿Qué sitio le gustaría visitar?

Tengo pendiente viajar a China, a Tailandia y a Japón.

 

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