Año tras año los indios celebran sus fiestas, gastando sus ahorros, consumiendo cantidades de chicha y aguardiente, bailando a menudo ocho días seguidos. La resistencia, tanto de los indios como de los mestizos que se unen a la celebración es increíble. No les importa ni el sol ni la lluvia, ni el calor ni el frío. Danzan sin descansar respirando espesas nubes de polvo levantados por el golpeteo de sus pies. Día y noche bailan y beben al son de la flauta, el rondador, armónica, la guitarra y el tambor, o quizá a los acordes de una banda de músicos del pueblo.