OBRA DEL DÍA: MARÍA ANA DE PAREDES FLORES Y JARAMILLO – LA AZUCENA DE QUITO

Conocida como Mariana de Jesús, es un personaje quiteño de santidad, ayuda y sacrificio; también de ejemplo para afianzar las enseñanzas evangelizadoras de la iglesia católica durante el siglo XVII. Siendo una persona que viene de familia acomodada, dedico su vida a ayudar a los más necesitados e igual para redimir sus pecados junto a los cometidos por el pueblo convirtiéndose en la primera santa ecuatoriana.

Con la conquista española, llega un nuevo pensamiento e ideología religiosa que con el pasar del tiempo fue adquiriendo mayor poder ampliando sus dominios de fe y economía. Los líderes religiosos tenían a su cargo la evangelización y la educación de indígenas y colonos, en cuyos espacios se fecundan las artes y los oficios convirtiéndose en la principal institución de progreso con influencia occidental en la Real Audiencia. La fe que es afianzada con la contrarreforma a través del Concilio de Trento fue ampliada por motivo de las diferentes catástrofes naturales, como terremotos, epidemias, sequías y erupciones volcánicas que se producen  en el siglo XVII, consideradas como castigo divino, celebrándose así una serie de procesiones penitenciales y rogativas con las principales imágenes devocionales con conjuros y exorcismos campales para pedir a Dios que calme su enojo, lo que obligaba al pueblo a mayor recogimiento espiritual mediante confesiones e indulgencias que llevo a transparentar el comportamiento moral de las personas por medio de revelaciones a los sacerdotes y reforzado con los sermones desde los púlpitos, y se crean santos protectores y benefactores como el caso de la Virgen de la Merced como protectora de erupciones volcánicas o San Gerónimo como protector de terremotos que culmina con la presencia de prodigios, aparecimientos o milagros, en este propósito se incluye a María Ana de Paredes Flores y Jaramillo.

La santa quiteña nace el 31 de octubre de 1618, en el seno de una familia adinerada. Hija del español Don Jerónimo Flores y Paredes y de la quiteña Doña Mariana Granobles y Jaramillo, quienes fallecen cuando María Ana tenía 5 años, haciéndose cargo su hermana Jerónima. Desde muy temprana edad, se inclinó al amor de la vida religiosa, luego de varios intentos por ingresar a un convento religioso y al no conseguirlo, se dedicó a servir a Dios de manera laica desde la habitación de su casa, que actualmente corresponde al coro del monasterio del Carmen de San José (Carmen alto), bajo la supervisión y dirección de los sacerdotes jesuitas, motivándola a la virginidad perpetua. Adoptó el nombre de Jesús y siguió los preceptos del fundador de la orden jesuita Ignacio de Loyola; entre sus guías espirituales junto a Alonso de Rojas se encuentran los sacerdotes Juan Camacho y Hernando de la Cruz.

Consagró su vida a la práctica de los ejercicios espirituales. Rezaba el rosario, el viacrucis, evangelizaba y ayudaba a los indigentes. Evitaba las comodidades, hacía ayuno, y se  autoflagelaba para demostrar el amor a Dios, lacerando su cuerpo en las paredes de su habitación y los jardines. Utilizaba silicios y flagelos, en su vida acética y su sangre salpicaba en los objetos e instrumentos de martirio. Muere en 1645, a los 27 años.

En 1646, se da inicio a la contemplación con el nombre de Mariana de Jesús por el sacerdote y confesor espiritual Alonso de Rojas, en el sermón sobre las exequias y exaltación pública de la santa quiteña que desató los aplausos del pueblo; a lo que la historiadora Carolina Larco Chacón escribe “Sin duda lo que hoy conocemos de ella: sus biografías, religiosidad, martirios corporales, la idea de los terremotos y malos gobiernos, el sacrificio para salvar al pueblo, son recreaciones del Sermón mencionado. El contenido de dicho documento, rico en elementos simbólicos alrededor de Mariana de Jesús, presenta las huellas de las creencias y valores religiosos de lo que pudo ser una política religiosa del siglo XVII dentro del marco de la Contrarreforma local” y que el padre Rojas mientras daba el sermón de la cuaresma, hace una reflexión ofreciendo su vida para que acaben los terremotos debido a los constantes movimientos telúricos en Quito y Riobamba, a lo que la santa respondería ofreciendo su vida para que cesen los temblores y terremotos, justificando que la vida del sacerdote es muy útil para salvar almas mientras que la de ella no era necesaria, luego de ofrecerse en sacrificio para salvar a su pueblo, cae enferma y muere, se dice que en el tratamiento médico, la enfermera procedió a extraer su sangre y poner en la maceta del huerto donde creció una azucena siendo un milagro para el pueblo quiteño y así se la llega a enarbolar  como “la Azucena de Quito” en otras versiones se conoce que su penitencia la realizaba en el jardín de su casa y al flagelar su cuerpo, la sangre fecundaba la tierra y crecían maravillosas azucenas. 

A finales del siglo XVII, los jesuitas se encargaron de difundir su santidad e iniciar los trámites de beatificación, con el rey de España Carlos II. Luego de la expulsión de la orden de territorios españoles el proceso continúa con Carlos III, hasta su santificación en noviembre de 1853, con el papa Pío IX y en junio de 1950, canonizada por el papa Pío XII; hecho muy importante para Quito y el Ecuador al ser la primera santa ecuatoriana considerada patrona del país, además de que el estado le otorgará el título de Heroína Nacional, hecho que se da con fines políticos utilizando su imagen para construir la identidad nacional, difundiendo su vida como símbolo de sacrificio por la patria. Sus restos cobijados por el tricolor nacional se encuentran el altar mayor del templo de la Compañía de Jesús, en Quito.

La herencia de la temática y el arte religioso de la colonia es transmitida por los artistas de finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, en que surge un representante de gran talento y habilidad como lo es Antonio Salas, conocido por su gran dinastía en el periodo republicano decimonónico y quien es el autor del cuadro firmado, en que retrata a la religiosa Mariana de Jesús. Con mucha maestría trabaja en la composición, la beata quiteña es representada con vestimenta negra con el escudo de la orden jesuita, impreso en su túnica y las manos cruzadas al pecho en actitud de penitencia, sumisión y arrepentimiento al  frente de un escritorio. Usa manta de color celeste que nos conecta con el espacio celestial en que se ubica: un cráneo, flagelo, crucifijo, símbolos de penitencia y meditación, e igual nos presenta un florero con azucena, que con el color rojo en  representación de la sangre para remplazar el agua y generar la vida por medio de la fe, la penitencia y el sacrificio, también se sintetiza en una copa similar al cáliz de la eucaristía en que se ofrenda la sangre de Cristo y la azucena como símbolo de pureza y esperanza. Esta obra forma parte del acervo de arte del Museo de Arte Moderno de la Casa de la Cultura, matriz.

 

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