Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco nació en la ciudad de Caracas, el 24 de julio de 1783. Fue el cuarto y último hijo del coronel Juan Vicente Bolívar y de María de la Concepción Palacios. Nace en hogar noble y en medio de riquezas: miles de pesos le aguardaban en herencia, así como títulos, esclavos, poder. Incrementa a su riqueza la herencia de su tío, el canónigo Juan Félix Xerés de Aristeguieta Bolívar, que le obsequia con un “vínculo” de ciento veinticinco mil pesos.
Queda huérfano a temprana edad. Sus familiares deciden que debería seguir la carrera de las armas. A comienzos de 1799, viajó a España, lugar en que recibe la educación propia de un caballero que destacó en el mundo y ejercicio de las armas. Amplió sus conocimientos de historia, literatura clásica y moderna al igual que en matemáticas, también estudio francés y aprendió el arte de la esgrima y el baile. Al ser una persona sociable y respetuosa se ganó el aprecio de varios miembros de la aristocracia llegando al punto de tener cierta amistad con la propia reina y sus familiares.
En Madrid conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza. En 1802, contrajeron matrimonio después de muchos contratiempos con la corona. Después de estas experiencias negativas viajaron a Venezuela, pero poco duró la felicidad de Simón ya que el paludismo terminó con la vida de María Teresa, en 1803.
Simón Bolívar regresó a Europa a fines de ese mismo año, pasó por Cádiz y Madrid para entregar las reliquias de su esposa a su suegro. Su permanencia fue corta por el decreto real que exigía que todos los nacidos en América debieran dejar Madrid. Enojado, en 1804 partió a París, donde se encuentra con uno de sus viejos maestros Simón Rodríguez, cuyo saber y cuya experiencia hacen de él un extraordinario compañero de conversaciones, lecturas y viajes. Desilusionados de la autoproclamación del emperador de Napoleón van juntos a Italia y cruzan a pie la Saboya. En Roma, un día de agosto de 1805 en el Monte Sacro, Bolívar jura en presencia de su maestro no dar descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta que haya logrado libertar al mundo Hispanoamericano de la tutela española.
Decide regresar a América y después de algunas pérdidas militares, la situación se decantó definitivamente a favor de los patriotas y desde entonces su avance por el continente se hizo imparable, lo que permitió que Bolívar desde Venezuela y Francisco de Paula Santander desde Nueva Granada empezaran a coordinar acciones conjuntas desde sus áreas de influencia que fomentaran una unidad militar.
Tras el Congreso de Cúcuta de 1821, entre Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador se planea formar “La Gran Colombia”. Sin embargo, las discrepancias o desacuerdos de los países, no hizo posible la consolidación de la misma: la tradicional división latinoamericana entre liberales y conservadores. Panamá se aísla por motivos económicos y Venezuela impulsó una nueva Constitución. Esta decisión venezolana junto a la muerte de Bolívar, provoca la ruptura definitiva del Ecuador con la Gran Colombia y pasa a formar la nueva nación del Distrito del Sur.
El 24 de junio de 1821, en la batalla de Carabobo, campo cercano a la ciudad de Valencia, se obtuvo una victoria decisiva sobre el ejército español que fue completada con la batalla naval del Lago de Maracaibo, el 24 de julio de 1823 y se liberó definitivamente Venezuela.
Mientras permanecía en Bogotá, se dieron otros procesos libertarios como el de Guayaquil el 9 de octubre de 1820, posteriormente el Libertador opta por ocupar aquella provincia que se había declarado independiente bajo la presidencia de José Joaquín de Olmedo. Dos años después Simón Bolívar llega a Guayaquil con su ejército, destituye a la Junta de Gobierno y la anexa a la Gran Colombia.
El 24 de mayo de 1822, Antonio José de Sucre vence a los realistas en la Célebre Batalla de Pichincha. Con esa gran victoria, Bolívar se preparó para marchar con su ejército y cruzar los Andes y liberar definitivamente al Perú que ya había declarado su independencia el 28 de julio de 1821. El 26 de julio de 1822, Bolívar se reunió con San Martín en Guayaquil para discutir la estrategia de liberación del resto de Perú. San Martín volvió a Argentina, mientras Bolívar se preparó para la lucha contra los últimos reductos españoles en Sudamérica. En 1823, Bolívar fue autorizado por el Congreso de la Gran Colombia para tomar el mando y en septiembre llegó a Lima. Se reunió con Sucre para planificar el ataque. El Congreso peruano le nombró dictador el 10 de febrero de 1824.
El 6 de agosto de 1824, Bolívar y Sucre derrotaron el ejército español en la batalla de Junín. A raíz de esta victoria, el poeta guayaquileño José Joaquín de Olmedo le escribió el poema épico «Victoria de Junín. Canto a Bolívar». El 9 de diciembre de 1824, Sucre destrozó el último baluarte del Ejército español en la batalla de Ayacucho, acabando con el dominio español en Sudamérica.
El 25 de septiembre de 1828, en Bogotá, se da la “Conspiración Septembrina, un atentado contra su vida, de la cual resultó ileso gracias a la ayuda de su fiel admiradora y amante Manuela Sáenz, que recibió en 1821 la orden de Caballeresa del Sol del general José de San Martín, a raíz del suceso con Bolívar fue llamada por él “La Libertadora del Libertador”. Muere en San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830.
Anécdota narrada por el propio libertador, mientras jugaba con el príncipe al volante (pelota y raquetas) en presencia de la reina. En una jugada inhábil, Bolívar da fuerte golpe al príncipe en la cabeza. Éste, enojado trata de interrumpir el partido. La reina le reprende y le obliga a continuar “porque desde que había convidado a un caballero, se igualaba a él”. Y comentaba el Libertador: “Quién le hubiera anunciado a Fernando VII que tal incidente era el presagio de que yo le debía arrancar la más preciada joya de su corona” al quitarle las colonias españolas en América.(GONZÁLEZ, 2006)
En la obra de autor anónimo Simón Bolívar viste con uniforme de oficial de la época de la Independencia. No eran tal vez los más apropiados para combatir, pero se volvían necesarios para asegurar la cooperación entre unos y otros. A lo largo del siglo XIX, la idea de utilizar ropas que facilitan la actividad bélica tardó en ser aceptada por los militares. Los mismos jefes diseñaban sus propios trajes y parecían otorgarles mayor atención a los ornamentos que a su funcionalidad.
El uniforme denominado de granaderos – quienes son generalmente soldados de infantería, pero también personas que conforman una compañía a la cabeza del regimiento – nos muestra al Libertador como un hombre serio, disciplinado y ante todo líder. Con casaca negra de cuello alto y largos faldones, con ricas charreteras bordadas y cinturón con sus iniciales en la hebilla; calzón rojo ajustado, botas altas, sable colgado a la cintura con empuñadura y vaina dorada, en la mano derecha porta el documento en que constan los nombres de los países liberados.
La pose de la mano en la chaqueta era muy común en la época de Bolívar y Napoleón, convertida en una moda derivada de una convención social según la que todo hombre bien educado debía posar así como consta en el libro Las reglas del decoro y la urbanidad cristiana, publicado en 1702 por el sacerdote Jean-Baptiste de La Salle, para aleccionar a los niños y los adolescentes pobres de las escuelas que había fundado sobre cómo debían comportarse: “… si no se tiene bastón, ni manguito, ni guantes, es bastante común posar el brazo derecho sobre el pecho o sobre el estómago, poniendo la mano en la abertura de la chaqueta (…). En general, hay que mantener los brazos en una situación que sea honesta y decente”, explicaba La Salle.