Poesía junta – Hugo Mayo
Los vientos del nuevo siglo agitaron en Europa la fiebre de los «ismos», desde el Futurismo de Marinetti y del Dadaísmo de Tristan Tzara, que se lanzó el 8 de febrero de 1916, en el Café Voltaire de Zurich, en ceremonia bohemia iconoclasta, irracional, caprichosa y lúdica. Seguiría el Superrealismo de Breton al comienzo de los veinte.
Un chileno se abrió desde París a esas novedades que parecía iban a demoler y revolucionar las formas artísticas convencionales. Sin más haber que un puñado de poemas innovadores nutridos por todos esos «ismos», pero con la más firme decisión vanguardista, Huidobro funda en Chile el Creacionismo.
La respuesta argentina al reto del Creacionismo fue el Ultraísmo, iniciado en 1921 por Borges.
Y la ola recorría toda la espina dorsal de esta América nuestra, estallando en nuevos «ismos», como el Estridentismo mexicano, o cuajando en la obra de figuras vigorosas que sin inscribirse en «ismo» alguno, creaban con el espíritu que los animaba. En Colombia fue León de Greiff. Y en Ecuador, Hugo Mayo.
Del veinte al treinta hay en nuestro país fervor por unirse a esas expediciones de vanguardia. Nacen las revistas Síngulus, Proteo y, sobre todo, Motocicleta, subtitulada «Índice de la poesía de vanguardia». El alma de todas ellas fue Hugo Mayo, y en Motocicleta lo fue todo: el dueño del taller, el mecánico que urdía sus divertidas piezas y el piloto que echaba a correr vertiginosamente esa «motocicleta» espantando a gazmoños que aún circulaban en coches de caballos. Hugo Mayo fue, además, el único gran poeta de ese empeño y el que persistió, en austera soledad, en el quehacer sin abdicar nunca de un fresco y libre espíritu vanguardista.
No fueron sólo las excentricidades —necesarias en la hora de ruptura— de Dadá: era el goce de la libertad creadora que los dadaístas habían estrenado. Hugo Mayo, libre, no ejercía esa libertad en la epidermis del trabajo lírico. «Me quemo en lo esencial», proclamaba («Los insomnios»). Pudo por ello calar con ese instrumental renovado en la angustia humana («La vida es un traspié») y esa libertad le permitió aprovecharse del tesoro acumulado por el Modernismo, musical y rítmico. Su ritmo manejó por igual la quiebra versal que los serenos endecasílabos de «Poema turbio». Y el ritmo cobraría poderes para evocar los motivos («Presencia de la golondrina»). Igual libertad en la sintaxis, que llegó a los más audaces extremos de la parataxis, que corta y une con efectos inéditos —entonces y aun mucho después— de sorpresa y choques semánticos de los que saltan chispas y luz.
Hernán Rodríguez Castelo
Poesía ecuatoriana I, Colección Bicentenario, Ministerio de Cultura, 2008.
Precio: USD$20